El
incremento en defensa se sustenta en la necesidad de asegurar la “autonomía
estratégica” europea ante la amenaza rusa, lo que obliga a España
a elevar sus inversiones para no quedarse rezagada respecto a otras potencias
europeas. El presidente Pedro Sánchez ha afirmado que el país
“está preparado para cumplir con el 2% del PIB en gasto militar,
en solidaridad con nuestros aliados y en defensa de la paz y la prosperidad
en Europa”. En concreto, la Comisión Europea ha planteado que, para
alcanzar un gasto superior al 3% del PIB en el conjunto de la UE, España
tendría que aumentar su inversión en defensa en 5.000.000.000
a 6.000.000.000 euros adicionales cada año. Para financiar rápidamente
este salto, el Ejecutivo recurrirá a autorizaciones especiales que
permitan trasladar créditos entre ministerios, una maniobra que
ha generado críticas por parte de la oposición, que denuncia
la falta de debate parlamentario.
Mientras tanto,
en el ámbito interno, la crisis habitacional se intensifica. Los
últimos datos confirman que el Índice de Precios de Vivienda
subió un 9,3% interanual a septiembre de 2024, y en zonas como Madrid,
el arrendamiento medio ha aumentado alrededor de un 21% en un año,
con un precio medio de 2.400 euros/m². Esta situación dificulta
el acceso a la vivienda, especialmente para jóvenes y familias de
bajos ingresos, ya que la entrada –al exigir el 20% del valor de la propiedad
más impuestos y gastos– se ha convertido en “un auténtico
cuello de botella” para la emancipación residencial.
El origen del
problema habitacional no radica en la falta de financiación, pues
la banca tiene capacidad para financiar hasta 200.000 viviendas anuales,
sino en un desequilibrio estructural entre oferta y demanda. Mientras se
construyen apenas unas 110.000-120.000 viviendas al año, se necesitan
entre 500.000 y 600.000 para estabilizar el mercado. Además, la
burocracia para obtener suelo urbanizable y la escasez de mano de obra
especializada agravan la situación.
Este contraste
ha desatado un acalorado debate político. Críticos del aumento
del gasto en defensa argumentan que “no se puede gastar más en tanques
que en casas”, denunciando que, en un contexto en el que el presupuesto
de Defensa –alrededor de 20.000.000.000 euros anuales– es varias veces
superior al destinado a vivienda (apenas 3.000.000.000 euros en 2022),
se priorizan inversiones militares en detrimento de las necesidades básicas
de la población. Organizaciones de izquierda y movimientos sociales
reclaman urgentemente que se inviertan esos recursos en ampliar el parque
público de vivienda o en implementar ayudas estatales que faciliten
la entrada a la compra, especialmente para jóvenes, ya que estudios
revelan que el esfuerzo para reunir el pago inicial se ha disparado un
36,7% en tres décadas.
Por otro lado,
el Gobierno defiende que invertir en defensa no es excluyente y sostiene
que el incremento en esta partida garantiza la seguridad nacional y la
estabilidad de la región, al mismo tiempo que asegura la industria
nacional mediante la inversión en programas de construcción
de armamento. Sánchez ha reiterado que, aunque la seguridad es una
prioridad ineludible, su gobierno continuará adoptando medidas para
paliar la crisis de vivienda, como la reciente línea de avales públicos
de 2.500.000.000 euros para facilitar el acceso a hipotecas a jóvenes
y familias vulnerables, y la aprobación de una nueva Ley por el
Derecho a la Vivienda que introduce topes en las subidas de alquiler e
incentivos fiscales para pequeños arrendadores.
El dilema para
España es, por tanto, encontrar el equilibrio entre cumplir con
las obligaciones internacionales en defensa y atender las necesidades internas
de vivienda. La solución pasa por reformas estructurales que agilicen
la creación de nuevas viviendas, la liberación de suelo urbanizable
y la coordinación entre Gobierno central, autonómico y local
para impulsar proyectos de vivienda asequible. Solo de este modo se podrá
garantizar que la inversión en seguridad no se traduzca en un descuido
de las necesidades básicas, manteniendo la cohesión social
y la confianza ciudadana en las instituciones.
DATOS
España
eleva el gasto militar en plena crisis de vivienda
El Gobierno
español ha decidido incrementar en 2025 el presupuesto de defensa
en al menos 3.500.000.000 euros, una medida motivada por las crecientes
exigencias internacionales de seguridad. Al mismo tiempo, el país
atraviesa una grave crisis de vivienda, con precios de compra y alquiler
en máximos históricos y amplios sectores de la población
incapaces de acceder a un hogar. Este contraste ha desatado un intenso
debate político y social sobre las prioridades presupuestarias en
un contexto de malestar ciudadano.
Compromisos
con la OTAN y aumento extraordinario de Defensa
Detrás
del aumento del gasto militar está el compromiso asumido por España
con sus aliados. La guerra en Ucrania y la presión de la OTAN y
la UE para reforzar la “autonomía estratégica” de Europa
han llevado a todos los socios a elevar sus inversiones en defensa. El
presidente Pedro Sánchez ha señalado que España “está
preparada para cumplir con el 2% [del PIB en gasto militar], por compromiso
con Europa y por solidaridad con los países que nos reclaman la
misma ayuda que nosotros pedimos en la pandemia... Hoy nos reclaman esa
solidaridad para que entre todos evitemos la amenaza de la Rusia de Putin”.
En otras palabras, España se siente obligada a incrementar su aportación
militar para apoyar la seguridad colectiva europea ante la amenaza rusa,
insistiendo en que “la paz en Ucrania y la prosperidad en Europa son dos
caras de la misma moneda”. En concreto, la Comisión Europea ha planteado
que la UE en su conjunto pase de un gasto militar ligeramente inferior
al 2% del PIB a algo superior al 3%, lo que para España supondría
elevar su esfuerzo en 5.000.000.000 a 6.000.000.000 euros más cada
año. Aunque Sánchez no ha detallado aún la senda exacta,
sí ha adelantado que España anticipará el cumplimiento
del objetivo del 2% antes de 2029. Este aumento se sumaría a una
tendencia de fuertes incrementos en años recientes: entre 2014 y
2024 el gasto militar español pasó de 9.508.000.000 a 19.723.000.000
euros (+107%), y en 2025 se proyecta alrededor de 21.564.000.000 euros.
Para financiar rápidamente este salto en Defensa, el Ejecutivo ha
optado por vías extraordinarias que evitan el debate parlamentario.
Fuentes de Hacienda confirman que se recurrirá a la autorización
especial del Artículo 9 de la Ley de Presupuestos de 2023, que permite
transferir créditos entre ministerios para “atender necesidades
ineludibles”. De este modo, el Gobierno planea detraer recursos de otros
departamentos o del fondo de contingencia para sumar al menos 3.500.000.000
euros adicionales a Defensa en 2025, después de ya haber elevado
esa partida en 2.250.000.000 euros durante 2024 usando la misma fórmula.
En total, Sánchez cifra en unos 10.000.000.000 euros el aumento
acumulado del presupuesto militar desde que llegó al poder en 2018,
prácticamente todo aprobado por decreto o créditos especiales.
La Moncloa sostiene que “todo lo que se pueda hacer desde el Consejo de
Ministros sin votación, se hará así”, llevando al
Congreso únicamente lo estrictamente obligatorio. Esta maniobra
ha suscitado críticas de la oposición, que denuncia opacidad
y falta de controles. La secretaria general del PP, Cuca Gamarra, advierte
que Pedro Sánchez “no puede actuar como si España fuera una
autocracia” y rechaza que pretenda aprobar un alza de gasto en defensa
“al margen del Parlamento, porque esto no cabe en una democracia”. Los
populares forzarán una votación en el Congreso para que cualquier
incremento de gasto militar se someta a la Cámara, recordando además
que España lleva varios años con los Presupuestos prorrogados.
También desde la izquierda se han alzado voces críticas:
socios habituales del Gobierno, como ERC o Bildu, mostraron reticencias
en la ronda de consultas en Moncloa, aunque de momento ninguno ha anunciado
un bloqueo expreso a los planes de Defensa. En definitiva, existe un amplio
consenso sobre la necesidad de reforzar la seguridad dada la coyuntura
internacional, pero división sobre las formas y sobre si debe hacerse
priorizando estos fondos frente a otras urgencias internas.
Precios al
alza y escasez de vivienda asequible
En paralelo,
España sufre una crisis habitacional que se viene fraguando desde
hace años y que ha estallado con especial crudeza en 2023-2024.
Los últimos datos confirman fuertes subidas de precios tanto en
la compra como en el alquiler de vivienda. El Índice de Precios
de Vivienda (IPV) subió un 9,3% interanual acumulado a septiembre
de 2024, alcanzando niveles similares a los previos a la burbuja inmobiliaria
de 2007. Lejos de enfriarse, en 2025 los expertos prevén nuevas
alzas, aunque más moderadas, impulsadas por la escasez de oferta
disponible. De hecho, en muchas zonas el precio medio ya ha superado el
pico histórico: a finales de 2024 el metro cuadrado se situó
en unos 2.400 euros/m² de media en España (8,6% más
que el año anterior), de modo que una vivienda tipo de 100 m²
ronda los 240.000 euros. En mercados tensos como Madrid o Barcelona, los
valores son muy superiores a la media nacional, reflejando una demanda
intensa combinada con pocas viviendas disponibles.
En el mercado
del alquiler, la situación es igualmente preocupante. Miles de inquilinos
han visto cómo sus rentas se encarecían de forma notable
tras la pandemia. Sin embargo, las cifras varían según la
fuente: el Instituto Nacional de Estadística (INE) calcula que los
alquileres subieron de media apenas un 2,2% en 2024, al incluir contratos
antiguos limitados por ley, mientras que portales inmobiliarios como Fotocasa
estiman incrementos cercanos al 10% en los nuevos arrendamientos. Esta
brecha estadística refleja dos realidades: por un lado, las renovaciones
de contratos estuvieron topadas por ley (un 2-3% anual); por otro, los
nuevos contratos en el mercado libre se firmaron a precios mucho más
altos, pulverizando récords en ciudades grandes. De hecho, en grandes
urbes como Madrid, Barcelona, Málaga o Valencia se han registrado
subidas de doble dígito en los alquileres ofertados. En el centro
de Madrid, por ejemplo, el arrendamiento medio aumentó alrededor
de un 21% en un año, con pisos que rara vez bajan de 2.000 euros
mensuales. Estas tensiones colocan a España entre los países
europeos donde el acceso a la vivienda es más difícil: el
gasto en alquiler absorbe más del 40% de los ingresos del hogar
para el 10,6% de las familias urbanas (frente al 7% en zonas rurales),
porcentaje que en ciudades de Grecia supera el 30%. No es de extrañar
que 82,3% de los ciudadanos considere que el acceso a una vivienda digna
no está garantizado en España, según el último
barómetro del CIS, indicador del amplio malestar social al respecto.
El origen del
problema radica en un desequilibrio estructural entre la oferta y la demanda
de vivienda. La población que necesita casa (ya sea en propiedad
o alquiler) ha crecido en esta década por varios factores: mejora
del empleo, tipos hipotecarios aún moderados, auge de la inversión
extranjera en vivienda y un éxodo de inquilinos hacia la compra
ante los altos alquileres. Sin embargo, la construcción de nuevas
viviendas no ha mantenido el ritmo necesario. La Asociación de Promotores
y Constructores (APCE) estima que haría falta quintuplicar la producción
actual para satisfacer la demanda insatisfecha. En 2024 apenas se iniciaron
unas 110.000-120.000 viviendas en toda España, cuando serían
necesarias del orden de 500.000 al año para estabilizar los precios.
Incluso el Banco de España cifra en unas 600.000 viviendas el déficit
acumulado, pese a que coexisten con un stock de casi 4 millones de pisos
vacíos mal distribuidos. Esta insuficiente oferta nueva empuja los
precios al alza de forma persistente.
Otra traba
importante es la falta de acceso de muchos potenciales compradores, especialmente
jóvenes, por la barrera financiera de la entrada. Los bancos en
España suelen conceder hipotecas de hasta el 80% del valor de la
vivienda, obligando al comprador a aportar ahorros previos para el 20%
restante más impuestos y gastos (otros ~10%). Con los importes actuales,
eso supone decenas de miles de euros que la mayoría de menores de
35 años no tiene. Un estudio reciente reveló que el esfuerzo
para reunir el pago inicial de un piso se ha disparado un 36,7% en tres
décadas. En 2023, la cantidad necesaria para la entrada equivale
en promedio a 3,6 años de sueldo íntegro, cuando en 1993
bastaban 2,6 años. Comprar una vivienda tipo de 80 m² exige
ahora unos 11 años de ingresos medios por hogar, frente a los 8
años necesarios hace una generación. Este obstáculo
deja fuera del mercado a gran parte de la clase trabajadora joven, incluso
a pesar de que las cuotas hipotecarias mensuales (una vez conseguido el
crédito) podrían ser asumibles en muchos casos. La falta
de ahorro previo se ha convertido en la principal barrera –“un auténtico
cuello de botella”– para la emancipación residencial de los jóvenes,
reconoce el propio Banco de España, advirtiendo de que esta situación
desincentiva la llegada de capital humano y crea tensiones sociales.
Adicionalmente,
existen problemas estructurales que dificultan una rápida respuesta
de la oferta de vivienda: falta de suelo urbanizable, escasez de mano de
obra en la construcción y financiación limitada para nuevos
desarrollos. La patronal de promotores señala la necesidad de agilizar
la burocracia y liberar suelo: “lo imprescindible este año... es
sacar adelante la reforma de la Ley de Suelo, que podría desencallar
la situación y provocar que se empezasen muchas otras actuaciones
urbanísticas. Sin esta aprobación va a ser mucho más
complicado”, advierte Xavier Vilajoana, presidente de APCE. También
insta a movilizar suelo público y aplicar incentivos fiscales que
faciliten proyectos de vivienda asequible. Por otro lado, el sector constructor
sufre un déficit de trabajadores tras la anterior crisis: la Confederación
Nacional de la Construcción calcula que faltan unos 700.000 obreros
para poder materializar todos los planes de edificación anunciados
por los partidos. Empresas de toda España reportan dificultades
para encontrar albañiles, fontaneros, encofradores y otros oficios,
debido al envejecimiento de las plantillas y a la menor entrada de jóvenes
en la profesión. Si no se soluciona esta carencia –mediante formación
profesional o incorporando más mano de obra extranjera, como propone
la CNC– será complicado construir al ritmo deseado, incluso si hay
financiación y suelo disponible. En suma, el sector inmobiliario
se enfrenta a cuellos de botella que van más allá de la mera
voluntad política, y que requerirán reformas de calado para
resolverse.
Debate político:
¿Invertir en armas o en viviendas?
El contraste
entre el fuerte impulso al gasto militar y la urgencia social por la vivienda
ha encendido la polémica en España. Críticos del aumento
de Defensa argumentan que “no se puede gastar más en tanques que
en casas” y cuestionan las prioridades del Gobierno. Recuerdan que el presupuesto
de Defensa –unos 20.000.000.000 euros anuales– es ya varias veces superior,
por ejemplo, al dedicado a vivienda (apenas 3.000.000.000 euros en 2022)
o a políticas sociales específicas para jóvenes. En
momentos en que muchas familias no pueden pagar un alquiler, estos sectores
ven injustificable destinar miles de millones adicionales a armamento.
Organizaciones pacifistas y formaciones de izquierda han condenado el aumento,
abogando por invertir esos recursos en ampliar el parque público
de vivienda o en ayudas sociales antes que en cumplir objetivos de la OTAN.
El portavoz del Sindicato de Inquilinas de Madrid, Pablo Pérez,
describe la situación habitacional como la de “un auténtico
estado de emergencia” y denuncia que “cada vez más familias trabajadoras
estamos atrapadas en un sistema que prioriza los beneficios de unos pocos
rentistas por encima del bienestar de la mayoría y del derecho a
un hogar”. En su opinión, destinar fondos públicos a garantizar
vivienda sería mucho más urgente para la población
que aumentar el gasto militar, y advierte que el problema de la vivienda
se ha convertido en “el epicentro de la lucha de clases en España”.
Este discurso conecta con el de movimientos sociales que han organizado
protestas bajo lemas como “Casa o tanque” o “No hay seguridad sin vivienda”,
en referencia a que la seguridad ciudadana empieza por tener un techo.
Del lado opuesto,
el Gobierno y otros defensores del incremento en Defensa sostienen que
no es un gasto excluyente, sino complementario. Sánchez ha insistido
en que “solo Europa sabrá cuidar de Europa” en el nuevo contexto
mundial, subrayando que invertir en defensa es proteger también
el modo de vida y las libertades de los españoles. Recuerda que
España dedica aún un porcentaje del PIB menor que otras potencias
europeas (alrededor del 1,4% frente a más del 2% de Francia o el
2,6% del Reino Unido), y que buena parte de ese dinero revierte en la propia
industria nacional a través de programas de construcción
de fragatas, blindados, aviones, etc. Para el Ejecutivo, atender las obligaciones
con la OTAN no está reñido con seguir reforzando el gasto
social: subraya que los presupuestos generales prorrogados ya contemplan
más de 120.000.000.000 euros en políticas sociales, diez
veces lo destinado a Defensa. En sus comparecencias, Sánchez ha
reiterado que en paralelo al rearme europeo su gobierno seguirá
adoptando medidas para paliar la carestía de la vida, incluyendo
la vivienda, y descarta de plano “recortes sociales” a cambio de más
tanques. En esta línea, algunos analistas defienden que España
puede permitirse aumentar ambos capítulos gracias a la suspensión
de las reglas fiscales de la UE (déficit y deuda) desde la pandemia,
y que recortar el gasto militar no garantizaría automáticamente
resolver la crisis de vivienda, la cual depende de reformas más
complejas.
Mientras tanto,
el malestar social por la vivienda sigue en aumento y podría agravarse.
En 2023 y 2024 se multiplicaron las manifestaciones ciudadanas por la vivienda
asequible, con movilizaciones en Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Sevilla,
Málaga, Pamplona y otras ciudades al grito de “Vivienda digna ya”.
Estas protestas, inicialmente focalizadas contra los alquileres abusivos
en zonas turísticas, se extendieron a todo el país como respuesta
a la precarización del acceso a la vivienda. Sociólogos señalan
que reflejan la “enorme preocupación de la sociedad española”
por un problema que afecta sobre todo a jóvenes y rentas bajas,
pero que se está generalizando a capas medias y distintas regiones.
El riesgo para el Gobierno es que, si la situación habitacional
no mejora, este descontento latente cristalice en protestas más
masivas e incluso en un cambio de ciclo político. Por ahora, la
opinión pública parece dividida: muchos ciudadanos comprenden
la necesidad de fortalecer la defensa en el convulso escenario internacional,
pero al mismo tiempo una gran mayoría siente que el derecho constitucional
a una vivienda digna no se está cumpliendo. Esa tensión obliga
a los gobernantes a buscar un delicado equilibrio.
Medidas y soluciones
en juego para la vivienda
Con la crisis
de vivienda escalando en la agenda, las administraciones han lanzado o
planteado diversas iniciativas para facilitar el acceso a un hogar. A corto
plazo, una de las medidas estrella del Gobierno central ha sido la aprobación
de una línea de avales públicos para la compra de primera
vivienda por jóvenes y familias con ingresos bajos. El Consejo de
Ministros dio luz verde en 2024 a un plan dotado con 2.500.000.000 euros
para que el Estado, a través del ICO, actúe como avalista
de hasta el 20% del importe de la hipoteca de menores de 35 años
o hogares vulnerables. En la práctica, esto permite que puedan acceder
a un préstamo hipotecario sin tener ahorrado el 20% de la entrada,
ya que el banco cuenta con la garantía del Estado para esa porción
del crédito. El objetivo es que muchos jóvenes solventes
pero sin ahorro suficiente puedan por fin comprar vivienda. No obstante,
la iniciativa ha generado polémica económica: expertos y
algunos partidos temen que, si no va acompañada de más oferta,
acabe inflando aún más los precios de venta. Señalan
el precedente del Reino Unido, donde un programa similar (Help to Buy,
2013-2023) facilitó el acceso a 340.000 familias pero también
encareció sustancialmente el mercado, según determinó
el Parlamento británico. Para evitar ese efecto perverso, economistas
sugieren combinar estas ayudas a la demanda con un aumento decidido de
la oferta de vivienda asequible, de modo que el impulso de poder adquisitivo
no se traduzca solo en subida de precios.
Otra pieza
central es la nueva Ley por el Derecho a la Vivienda, aprobada en 2023,
que introdujo topes a las subidas de alquiler e incentivos para movilizar
pisos vacíos. Esta ley –la primera estatal de vivienda en décadas–
limita la actualización anual de los alquileres al 2% (2023) y 3%
(2024) mientras se elabora un índice de precios de referencia. También
faculta a las autonomías a declarar zonas de mercado tensionado,
donde a los grandes propietarios se les podrá imponer una bajada
de rentas en nuevos contratos. A la par, prevé beneficios fiscales
para pequeños arrendadores: por ejemplo, reducción del 90%
en el IRPF sobre los ingresos del alquiler si bajan el precio un 5% respecto
al contrato anterior en una zona tensionada. Con estas medidas, el Gobierno
busca contener la escalada de alquileres y ampliar la oferta de alquiler
asequible. Sin embargo, su impacto hasta ahora es discutido. Los portales
inmobiliarios achacan a esta regulación haber retraído la
oferta privada –muchos propietarios optaron por destinar sus pisos al alquiler
turístico o de temporada, fuera de los límites legales– lo
que irónicamente ha podido presionar los precios al alza. Según
datos de Fotocasa, en 2023 se produjo un claro trasvase de viviendas del
alquiler residencial hacia otras fórmulas: el alquiler temporal
aumentó un 55% y el turístico un 40%, al ofrecer mayor rentabilidad
y menos restricciones para el arrendador. El Ejecutivo central defiende
su ley y urge a las Comunidades Autónomas a aplicarla plenamente,
a la vez que llama a los pequeños propietarios a que pongan sus
viviendas vacías en el mercado del alquiler estable.
En cuanto a
vivienda pública, España parte de un retraso notable: solo
alrededor del 2-3% del parque de viviendas es público o social (frente
a más del 20% en países como Austria, Reino Unido o Francia).
Para paliarlo, el Gobierno anunció en 2023 un plan para movilizar
50.000 viviendas de la Sareb (el conocido banco malo que heredó
activos de la crisis financiera) y dedicarlas al alquiler asequible. De
esas, unas 21.000 serían cedidas a ayuntamientos y autonomías
para alquiler social directo, y las restantes se destinarían a promociones
públicas o cesión a fondos de vivienda accesible. Este plan,
junto con otras actuaciones sobre suelo público, busca elevar gradualmente
la vivienda protegida hasta el 20% del total en España a medio plazo.
Paralelamente, se trabaja en la creación de una Empresa Pública
de Vivienda estatal, con el objetivo de “promover la construcción
de viviendas, gestionar el parque público y colaborar con otras
administraciones para impulsar la vivienda asequible”. Esta entidad podría
agilizar convenios y proyectos de colaboración público-privada
para desarrollar promociones asequibles en suelo público o en desuso
(como antiguos cuarteles, terrenos de ADIF, etc.).
No solo el
Gobierno central propone soluciones: los gobiernos autonómicos y
municipales también han lanzado iniciativas. Algunas comunidades
ofrecen ayudas directas al alquiler para jóvenes o bonos vivienda
(por ejemplo, un subsidio mensual de 250 euros durante dos años
para menores de 35 años en ciertos casos). Otras impulsan programas
de construcción de vivienda pública en sus territorios. La
Comunidad de Madrid, por ejemplo, anunció avales propios para ayudar
a jóvenes a comprar (programa Mi Primera Vivienda, hasta 95% de
financiación) y promociones de alquiler asequible en colaboración
con el sector privado. Cataluña, por su parte, debate mecanismos
para movilizar pisos vacíos con recargos impositivos si llevan mucho
desocupados. En el ámbito local, ayuntamientos de grandes ciudades
están tomando medidas contra la turistificación (limitando
las licencias de alquiler turístico tipo Airbnb en el centro urbano),
ya que este fenómeno merma la oferta de alquiler residencial. También
se han visto iniciativas curiosas, como la del Ayuntamiento de Viena colaborando
con Barcelona para compartir su modelo de vivienda social, o el de algunas
ciudades españolas que ofrecen suelo gratis a cooperativas de vivienda
colaborativa.
Los expertos
del sector inmobiliario consultados coinciden en que no existe una bala
de plata para resolver la crisis habitacional, sino que será necesaria
una combinación de políticas sostenidas en el tiempo. Entre
las recetas planteadas están incrementar la oferta (facilitando
nuevas promociones y rehabilitación de edificios infrautilizados),
fomentar fórmulas alternativas como la vivienda cooperativa o coliving,
dar seguridad jurídica a los pequeños propietarios para que
alquilen (por ejemplo, con seguros de impago o mediación), y seguir
apoyando a los grupos más vulnerables con ayudas directas o viviendas
sociales. “Si hay voluntad política, todo se facilita”, señala
Vilajoana, reiterando que es necesario un gran pacto público-privado.
También desde la construcción urgen a un plan de choque para
atraer mano de obra, simplificar trámites y abaratar costes (posiblemente
vía industrialización de la edificación). Solo atacando
todos los frentes del problema –financiero, urbanístico, laboral,
fiscal y social– se podrá corregir el desequilibrio que hoy hace
de la vivienda uno de los asuntos más difíciles en España.
El espejo internacional:
Europa entre el rearme y la vivienda precaria
La disyuntiva
a la que se enfrenta España –invertir más en defensa sin
desatender la emergencia de vivienda– no es única, sino que resuena
en otros países europeos. La crisis de la vivienda se ha agravado
en toda Europa en los últimos años, con grandes ciudades
de Alemania, Francia, Reino Unido, Irlanda o Países Bajos registrando
fuertes subidas en los precios de compra y alquiler. Eurostat señala
que entre 2015 y 2023 los precios de la vivienda en la UE aumentaron un
48% de media, con picos de +173% en Hungría. En España el
encarecimiento acumulado ronda el 50%, y concentrado especialmente en las
urbes: “en solo un año ha subido el precio de la vivienda un 20%
en compra y un 15,4% en alquiler”, destaca Quique Villalobos, portavoz
de la federación de asociaciones vecinales de Madrid. Aunque cada
mercado tiene sus matices, el factor común es la escasez de vivienda
asequible, agravada en muchos sitios por el turismo masivo y la inversión
especulativa, lo que deja a los jóvenes europeos en una situación
precaria. No por casualidad, la edad media de emancipación en países
del sur como España o Italia supera ya los 30 años, muy por
encima de los 25 años de media en el norte de Europa.
Al mismo tiempo,
el nuevo contexto geopolítico tras la invasión rusa de Ucrania
ha llevado a la mayoría de estados europeos a reforzar sus presupuestos
de defensa de forma acelerada. Francia ha aprobado una Ley de Programación
Militar 2024-2030 que incrementa el gasto en defensa un 40%, hasta alcanzar
413.000.000.000 euros en ese periodo –lo que ha generado divisiones en
la Asamblea Nacional francesa, con la izquierda alertando de “cheques en
blanco” a la industria armamentística en detrimento del gasto social–.
Italia y Países Bajos también han anunciado subidas para
acercarse al 2% del PIB en pocos años. Alemania, quizá el
caso más notable, creó en 2022 un fondo especial de 100.000.000.000
euros para modernizar sus fuerzas armadas y se comprometió a rebasar
el 2% del PIB en defensa, rompiendo así con décadas de contención.
Este esfuerzo, impulsado personalmente por el canciller Olaf Scholz, coincidió
con una burbuja inmobiliaria pinchando en territorio alemán: el
sector de la construcción entró en crisis en 2023 debido
a la subida de los tipos de interés, encarecimiento de materiales
y falta de trabajadores cualificados. El Gobierno alemán se había
propuesto construir 400.000 viviendas al año, pero ha debido reconocer
que ese objetivo es inalcanzable por ahora. Pese a destinar ayudas (1.000.000.000
extra para residencias de estudiantes, subsidios a familias compradoras,
etc.), se espera que Alemania apenas llegue a 250.000 viviendas en 2023
y caiga por debajo de 200.000 en 2024, muy lejos de la meta prometida.
Esta situación está metiendo presión política
al ejecutivo de Scholz, con críticas de la oposición y protestas
en Berlín por el encarecimiento de los alquileres. Es decir, incluso
la mayor potencia europea, con amplio margen financiero, está teniendo
dificultades para compaginar la inversión en rearme con una solución
rápida a la carestía de la vivienda. Otros ejemplos muestran
dilemas similares. En Reino Unido, el aumento del gasto militar post-Brexit
vino acompañado de recortes en ayudas sociales, mientras el fin
del programa Help to Buy dejó a muchos jóvenes británicos
sin apoyo para acceder a la vivienda. En Suecia, el reciente ingreso en
la OTAN ha implicado compras millonarias de armamento a la vez que ciudades
como Estocolmo ven cómo sus precios inmobiliarios se disparan y
obligan a muchos a compartir piso hasta bien entrada la treintena. Incluso
en países tradicionalmente fuertes en vivienda pública, como
Austria o Dinamarca, se enfrentan a listas de espera para viviendas sociales
porque la construcción no da abasto con la demanda urbana. La crisis
habitacional se ha convertido, como titulaba The Economist, en “la otra
gran crisis” tras la energética, afectando transversalmente a la
clase media en Europa. Y al mismo tiempo, la necesidad de reforzar la defensa
ante amenazas externas pone presión sobre las arcas públicas.
Estos paralelismos sugieren que no existe una dicotomía sencilla
entre gastar en defensa o en vivienda: la mayoría de países
europeos se ven obligados a hacer ambas cosas a la vez, buscando equilibrios
en sus presupuestos. Algunos gobiernos han optado por relajar temporalmente
las reglas fiscales europeas –aprovechando la suspensión vigente–
para poder invertir en defensa sin recortar otras partidas, confiando en
el crecimiento económico para sostener la deuda. También
la Unión Europea estudia fórmulas para que el esfuerzo extra
en defensa se reparta de forma colaborativa (por ejemplo, compras conjuntas
de armamento) y no comprometa en exceso las finanzas de cada estado miembro.
Sin embargo, la UE tiene competencias muy limitadas en vivienda, por lo
que las soluciones habitacionales dependen sobre todo de cada gobierno
nacional y regional.
Un delicado
equilibrio por delante
España,
en resumen, se encuentra ante el difícil ejercicio de equilibrar
las prioridades externas con las internas. El contexto internacional exige
un mayor gasto militar para garantizar la seguridad en un entorno inestable,
y el país no quiere quedarse rezagado en sus compromisos con la
OTAN y la UE. Pero, puertas adentro, la ciudadanía clama por soluciones
a problemas tangibles del día a día, siendo la vivienda posiblemente
el más acuciante de todos. Lograr compatibilizar ambas agendas –reforzar
la defensa nacional sin descuidar el bienestar social– será uno
de los mayores desafíos para el Gobierno en 2025. Por un lado, el
impulso en defensa parece ya en marcha: España destinará
miles de millones extra a nuevas fragatas, cazas y equipamientos, con la
vista puesta en la cumbre de la OTAN de junio y en consolidarse como un
aliado fiable. Por otro lado, la presión social interna no dará
tregua: cada euro dedicado a vivienda será escrutado, y cualquier
inacción en esta materia puede traducirse en descontento en las
calles. Los expertos advierten que si no se toman medidas eficaces, España
podría enfrentar un incremento del malestar social e incluso ver
comprometida la llegada de trabajadores cualificados que el país
necesita, al no poder ofrecerles vivienda asequible.
La solución,
coinciden distintos analistas, pasa por abordar el problema de la vivienda
con la misma determinación con que se asume el refuerzo de la defensa.
Esto implicará destinar recursos significativos, pero sobre todo
aplicar reformas estructurales y coordinar a todas las administraciones
en un plan de largo alcance. “Es una situación muy problemática
y se deberían tomar cartas en el asunto, tanto a nivel nacional
como de comunidades autónomas”, reconoce Miguel Ángel Gómez
Huecas, presidente de la patronal inmobiliaria FADEI, apuntando que no
solo el Gobierno central, también los autonómicos y locales
deben implicarse más. En paralelo, mantener la transparencia y la
búsqueda de consensos será clave: explicar a la población
por qué se invierte en defensa y al mismo tiempo demostrar con hechos
que la vivienda es una prioridad real con políticas efectivas.
Al final, la
verdadera seguridad y prosperidad de un país se mide tanto por su
capacidad de defenderse de amenazas externas como por la de garantizar
el bienestar interno de su gente. España afronta en 2025 el reto
de demostrar que puede hacer ambas cosas. En juego no solo está
su credibilidad internacional, sino la cohesión social y la confianza
ciudadana en las instituciones. Las próximas decisiones presupuestarias
y reformas serán determinantes para inclinar la balanza hacia un
equilibrio que permita a los españoles vivir seguros y con un techo
digno sobre sus cabezas.
Autoría:
Susana Martínez – Especialista en Economía y Políticas
Públicas con amplia experiencia en análisis de mercado y
reformas estructurales
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artículo y participa en el debate: ¿Cómo crees que
se puede lograr un equilibrio efectivo entre el gasto en defensa y la solución
de la crisis de vivienda en España?
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