La
trampa de los topes al alquiler
Frente a la
intención política de abaratar los contratos de arrendamiento
mediante límites legales, en la práctica se han detectado
múltiples fórmulas de elusión de la ley. De acuerdo
con los estudios sectoriales de inmoley.com, numerosos propietarios de
viviendas europeas en alquiler añaden cargos obligatorios (limpieza,
reparaciones, mantenimiento de zonas comunes como gimnasios o piscinas)
para compensar el tope fijado a la renta base. El refrán “hecha
la ley, hecha la trampa” cobra todo su sentido cuando se constata la imposibilidad
de controlar esas cuotas “extras” no vinculadas de forma directa al importe
del alquiler.
Salida de los
grandes fondos y contracción de la oferta
En Cataluña,
comunidad pionera en aplicar la Ley de Vivienda estatal para fijar topes
en zonas tensionadas, los grandes inversores han comenzado a vender sus
pisos conforme finalizan los contratos de los inquilinos. Entre los actores
implicados se citan gigantes como Blackstone (a través de la socimi
Testa), Cerberus (Macc Residencial) o Vivenio (propiedad de APG y Aware,
gestionada por Renta Corporación). El mecanismo es sencillo: a medida
que un inquilino rescinde el contrato, el piso se saca a la venta de manera
individual en portales como Idealista, rentabilizando la alta demanda del
mercado de compraventa.
Estos grupos
aseguran que la inseguridad jurídica y las restricciones de rentas
expulsan la rentabilidad de este negocio, que de por sí suele situarse
entre el 3% y el 4%. Sin la posibilidad de elevar las rentas con la inflación
o las mejoras en los inmuebles, el margen financiero de las compañías
se evapora. Además, se percibe una tendencia similar en otros mercados
europeos donde se han implantado límites a los precios: la oferta
de alquiler se reduce y la inversión se reconduce a regiones con
mayor “libre mercado”.
El círculo
vicioso del alquiler
El fenómeno
no sería tan alarmante si la colaboración público-privada
funcionase para generar nuevo parque de vivienda. Sin embargo, el capital
privado se muestra reacio a embarcarse en proyectos residenciales que se
enfrentarán a limitaciones en los ingresos por alquiler. De ahí
que, paradójicamente, la regulación destinada a abaratar
el acceso a la vivienda culmine en una menor construcción de inmuebles
en alquiler y un interés mínimo por participar en consorcios
con la Administración.
Mientras tanto,
buena parte de la sociedad y determinados partidos políticos siguen
recelando de los llamados “fondos buitre”. Se les acusa de especular y
de encarecer los precios, pero se obvia que, según distintos informes,
entre un 5% y un 10% del parque de alquiler estaría en manos de
estos grandes propietarios, mientras que la mayor parte pertenece a familias
y pequeños ahorradores. Aun así, la etiqueta de “buitre”
prevalece en el imaginario colectivo y alimenta el rechazo a su presencia
en Cataluña.
Leyes que buscan
equilibrar el mercado... y generan el efecto contrario
Pese a las
intenciones de la Generalitat para “proteger” a los inquilinos, las señales
que perciben los inversores son de inseguridad jurídica y reducción
de márgenes. Las cifras hablan de una contracción de la oferta
y de un encarecimiento del coste medio para los nuevos contratos. La mencionada
Ley de Vivienda estatal —que permite declarar zonas tensionadas— se ha
materializado en 140 municipios catalanes, pero su consecuencia inmediata
parece ser el repliegue de los grandes propietarios hacia otras comunidades
o hacia la venta minorista.
Desconfianza
y ausencia de soluciones
La situación
actual se podría resumir en un círculo problemático:
Restricción
de precios: El Gobierno catalán aprueba límites al alquiler.
Fuga de inversores:
Los grandes fondos venden sus pisos o dejan de comprar.
Disminución
de la oferta: El parque de alquiler se reduce y los precios se mantienen
o aumentan por la escasez.
Falta de parque
público: Sin colaboración público-privada ni inversión,
la construcción de vivienda social o asequible se ralentiza.
En este contexto,
la colaboración público-privada se esfuma como vía
para ampliar la oferta de arrendamiento. Ante la presión social
—que estigmatiza a los grandes propietarios— y la rigidez normativa, los
inversores aparcan sus planes de desarrollo o rehabilitación de
edificios para destinarlos al alquiler. A nivel político, se insiste
en culpar a estos fondos de especulación, pero no se atiende al
problema de raíz: la urgencia de dotar el mercado de más
inmuebles y de ofrecer seguridad regulatoria para atraer capital.
Conclusión:
un rumbo incierto
La conjunción
de factores —limitación legal de las rentas, inseguridad jurídica
y falta de confianza en las instituciones— ha derivado en la paradoja de
que la medida pensada para abaratar el alquiler frena la construcción
de nuevo parque residencial. El capital, en busca de rentabilidad, redirige
sus fondos a otras regiones o decide vender en Cataluña a precios
altos, perpetuando la escasez y la escalada de precios. Mientras tanto,
la demanda de alquiler crece en las grandes ciudades, sin que nadie parezca
atajar el verdadero trasfondo: la ausencia de un plan estable, a largo
plazo, que incentive la colaboración público-privada y satisfaga
la enorme necesidad de vivienda a precios razonables.
Autor: Ana
Fernández, analista en mercados inmobiliarios.
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