Para clarificar
esta demanda, recogemos el artículo de José Manuel Calvo,
Concejal de Desarrollo Urbano de Madrid, publicado en DIARIO.ES, en el
que señala:
No permite
la desclasificación de suelo
La mayoría
de los municipios madrileños seguimos padeciendo las consecuencias
de la burbuja. Durante el boom, muchas ciudades y pueblos aprobaron planeamientos
que multiplicaban su superficie urbanizable. Hoy, esos suelos, en su mayor
parte sin desarrollar, lastran económica y medioambientalmente el
desarrollo presente y futuro de estas localidades. No es asumible, desde
los criterios más elementales de sostenibilidad, que todos los municipios
de la región puedan crecer indefinidamente y a la vez, por lo que
sería necesario que una ley como esta aportara instrumentos para
desclasificar suelo –esto es, volver a calificarlo como «no urbanizable»–,
posibilitando así la redefinición de los nuevos crecimientos
en base a criterios de racionalidad urbana y con visión de conjunto.
ARTÍCULO
COMPLETO.
La nueva vieja
ley del suelo de Cifuentes
Se trata de
un remedo de textos anteriores que no resuelve los actuales problemas de
los municipios en materia de urbanismo y, por el contrario, genera otros
nuevos
Hace poco más
de un mes, la Federación de Municipios de Madrid (FMM), órgano
que agrupa a todas las ciudades y pueblos de nuestra región, aprobó,
con el voto en contra del Partido Popular, una resolución que manifestaba
su disconformidad con el proyecto de ley del suelo de Cifuentes e instaba,
por ello, al gobierno regional a retirarlo para su reconsideración.
Es un hecho
sin precedentes que una ley tan relevante para el desarrollo de una región,
como es la que regula los usos y gestión del suelo, se quiera aprobar
sin el apoyo de los municipios que deben aplicarla. Hay que recordar que
las localidades cuyos gobiernos se han mostrado contrarios a esta ley concentran
el 80% de toda la población de la Comunidad de Madrid. Esta situación
debería preocupar tanto a los proponentes de este texto legislativo
como a los grupos políticos que parecen decididos a apoyarlo: PP
y Ciudadanos, las dos patas que sostienen el gobierno regional.
El proyecto
de ley presentado por el ejecutivo de Cifuentes no se distingue del resto
de sus políticas: más de lo mismo. Se trata de un remedo
de textos anteriores que no resuelve los actuales problemas de los municipios
en materia de urbanismo y, por el contrario, genera otros nuevos. Es una
ley vieja, del siglo pasado, que no aborda los grandes retos del desarrollo
urbano presente y futuro de nuestra región.
Carece de modelo
territorial
La propia denominación,
ley del suelo y el urbanismo, pone de manifiesto su limitado campo de actuación:
el suelo urbano. Se echa en falta un diagnóstico previo de las necesidades
de desarrollo de la región, excesivamente dependiente del sector
inmobiliario, junto a la definición de un modelo territorial que
entre exclusivamente en la (des)regulación del suelo urbano sino
que atienda también a cuestiones ambientales, sociales y productivas.
Hay que hablar de calidad del aire, de movilidad, de corredores verdes,
de cohesión territorial y de crecimiento sostenible. La elaboración
de una nueva ley del suelo es una oportunidad para definir un proyecto
regional a largo plazo, algo que aquí ni se ha planteado.
Reduce la participación
Uno de los
aspectos más decepcionantes de la nueva ley es todo lo referente
a la participación ciudadana. Parece que los procedimientos y herramientas
que distintas administraciones han ido implementando para ampliar las posibilidades
de intervenir en la toma de decisiones por parte de la ciudadanía,
han pasado completamente desapercibidas para los redactores de esa ley.
Mientras que en los últimos años, ayuntamientos como el de
Madrid hemos puesto en marcha fórmulas de participación digital,
consultas vinculantes sobre proyectos urbanos estratégicos así
como procesos de análisis y elaboración colectiva de las
grandes actuaciones urbanísticas, esta ley no solo se muestra ajena
a todo ello sino que, incluso, reduce la capacidad de intervención
que otorga la actual ley del suelo. Los plazos de información pública
que hoy se fijan como mínimos pasan a ser máximos, en un
claro retroceso a que va en contra de todos los avances legislativos en
materia de transparencia y participación pública.
Incentiva la
privatización del suelo público
Otro de los
aspectos más cuestionables tiene que ver con el papel que le otorga
al suelo público. Si toda la legislación existente hasta
la fecha establece que los suelos municipales deben utilizarse, prioritariamente,
para atender las necesidades de vivienda social de los municipios, el nuevo
texto renuncia a este principio y abre la vía a “compensar” las
carencias presupuestarias de los ayuntamientos mediante la enajenación
de suelo público. Vender parcelas para hacer caja. Una práctica
bastante frecuente en los ayuntamientos donde ha gobernado el Partido
Popular y que ahora pretenden oficializar en la nueva legislación.
No permite
la desclasificación de suelo
La mayoría
de los municipios madrileños seguimos padeciendo las consecuencias
de la burbuja. Durante el boom, muchas ciudades y pueblos aprobaron planeamientos
que multiplicaban su superficie urbanizable. Hoy, esos suelos, en su mayor
parte sin desarrollar, lastran económica y medioambientalmente el
desarrollo presente y futuro de estas localidades. No es asumible, desde
los criterios más elementales de sostenibilidad, que todos los municipios
de la región puedan crecer indefinidamente y a la vez, por lo que
sería necesario que una ley como esta aportara instrumentos para
desclasificar suelo –esto es, volver a calificarlo como «no urbanizable»–,
posibilitando así la redefinición de los nuevos crecimientos
en base a criterios de racionalidad urbana y con visión de conjunto.
Disminuye los
estándares dotacionales
La nueva ley
orienta la actuación urbanística hacía, y para, el
beneficio privado. Así lo manifiesta la injustificada reducción
de las cesiones a la ciudad. Cuando se ejecuta un nuevo desarrollo urbanístico,
la legislación obliga a los promotores a ceder suelo a las administraciones
para que estas puedan llevar a cabo infraestructuras, dotaciones y equipamientos
necesarios para el adecuado funcionamiento de la ciudad (zonas verdes,
escuelas, centros de salud, etc.). Esas cesiones, que en Madrid se minoraron
dos veces durante el mandato de Esperanza Aguirre –pasando de 100 m2 de
suelo por cada 100 m2 construibles (m2s/m2c) a 50 m2s/100m2c entre los
años 2010 y 2011–, quedarían reducidas ahora a 30 m2s/100m2s.
Y ya si se trata de poblaciones de menos de cinco mil habitantes, la ley
permite bajar hasta 15, sin que exista la más mínima explicación
que justifique porqué los habitantes de pequeñas localidades
necesitan menos equipamientos que el resto. Este enfoque se advierte también
en el hecho de que, para los nuevos desarrollos, la nueva legislación
dé preferencia al sistema de gestión por «compensación»,
en el que la administración juega un papel secundario, frente al
de «expropiación», que garantiza el control público
de todo el proceso de urbanización.
Sobran, por
tanto, razones para oponerse a esta ley. Una tarea en la que no estamos
solos. Los grupos de Podemos y del Partido Socialista de la Asamblea de
Madrid han presentado sendas enmiendas a la totalidad durante el proceso
de tramitación. Por su parte, un buen número de ayuntamientos
progresistas de la región han aprobado en sus plenos municipales
mociones que manifiestan su desacuerdo con la ley. También se han
mostrado contrarios a su aprobación multitud de agentes de la sociedad
civil organizada. Y a todos ellos, hay que sumar a la FMM, tal y
como hemos señalado al inicio del artículo.
Nadie pone
en duda que Madrid necesita una nueva ley del suelo. Pero no la de Cifuentes.
Necesitamos una ley del siglo XXI, capaz de abordar los grandes retos urbanos
y territoriales de nuestra región. Si de algo debe servir este proceso
es para anticipar cómo sería ese modelo alternativo al del
Partido Popular. Hemos sido capaces de construir una mayoría de
progreso en la Comunidad de Madrid que rechaza esta ley. El reto ahora
es transformar esa mayoría social en una mayoría política
capaz de conformar un gobierno en la Comunidad que ponga en marcha una
ley del suelo diseñada para avanzar en el reequilibrio territorial
y garantizar un desarrollo urbano sostenible a medio y largo plazo. Una
ley verdaderamente nueva en su concepción y en sus objetivos. 2019
está a la vuelta de la esquina.
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