La incorporación
de España a la CEE en 1986 implicó la adaptación a
la normativa europea sobre depuración, más exigente que la
española. Así, la aprobación en 1991 de la Directiva
91/271/CEE sobre depuración de aguas residuales supuso la obligación
de disponer de colectores que recogieran las aguas residuales generadas
por las aglomeraciones urbanas y estableció los tratamientos necesarios
en función del emplazamiento donde se vertían con el objetivo
de reducir los niveles de contaminación de las aguas superficiales.
Consecuentemente,
el Plan Nacional de Depuración se aprobó en 1995 y en él
se precisaban las actuaciones que debían llevarse a cabo para el
cumplimiento de las exigencias europeas, como por ejemplo: depuradoras
que había que construir, ampliar, completar o adaptar; la correcta
gestión de los sistemas de depuración mediante la creación
de entes supramunicipales o el establecimiento de cánones de saneamiento.
En 1995, se
habían construido en España 500 depuradoras (aunque no todas
cumplían las exigencias de la Directiva) y el nivel de cobertura
era del 40% en relación a la totalidad de la carga contaminante
expresada en habitantes equivalentes. Entre 1995 y 2005, se construyó
y aseguró el mantenimiento de mil depuradoras, alcanzando una cobertura
del 80% en 2005, lo que mejoró considerablemente la calidad del
agua de los ríos y la costa (en portada, la EDAR de Benidorm, Consorcio
de Aguas de la Marina Baja).
En el año
2000 entró en vigor la Directiva Marco del Agua (DMA), que pretendía
unificar las actuaciones de la Unión Europea y alcanzar un “buen
estado” de las masas de agua para 2015. La respuesta a las nuevas exigencias
europeas fue la aprobación en 2005 del Plan Nacional de Calidad
de las Aguas, que se diseñó con el mismo horizonte temporal
que la DMA y tenía el objetivo de lograr el total cumplimiento de
los requerimientos europeos.
Una gestión
adecuada del agua requiere un equilibrio entre sus valores económicos
y sus valores medioambientales, sociales y culturales. La DMA establece
un nuevo modelo de uso del agua que puede denominarse modelo medioambiental
o de crecimiento sostenible, en contraposición con los modelos tradicionales
de desarrollo de la oferta y en línea con algunos aspectos de los
modelos de gestión de la demanda. En los modelos de crecimiento
sostenible se debe de potenciar y estimular el uso de tecnologías
más eficientes, tanto desde un punto de vista ambiental como económico.
Bajo esta nueva concepción, la calidad del agua es una restricción
para el desarrollo de la actividad económica y los precios del recurso
deben ser fijados de forma que, además de englobar el coste de oportunidad,
reflejen la escasez y los daños producidos en el medio.
Según
un informe de 2014, España no cumple con la legislación comunitaria
en materia de depuración del agua urbana. El nivel de cobertura
es cercano al 90% del total en relación con la carga contaminante,
pero está especialmente alejado de cumplir los objetivos que fija
la DMA para la depuración en municipios de más de 10.000
habitantes, ya que solo el 32% de estos municipios españoles cuenta
con los sistemas de depuración terciarios que exige la legislación
comunitaria (PriceWaterhouseCoopers, 2014).
Por Comunidades
Autónomas, con datos de 2010, aquellas que no alcanzan el 80% en
cuanto a grado de conformidad con la Directiva 91/271/CEE son: Andalucía,
Canarias, Castilla - la Mancha, Extremadura, Galicia y País Vasco.
LA DEPURACIÓN
El aumento
de los volúmenes depurados no va a significar un incremento automático
de la reutilización ya que existen diversos factores que pueden
frenar su extensión, como son: la falta de regularidad en la calidad
del efluente depurado en algunas estaciones depuradoras; la necesidad de
utilizar los efluentes depurados para garantizar los caudales ecológicos,
especialmente en los momentos de estiaje o épocas de sequía;
la dificultad de convertir las demandas potenciales en reales, fundamentalmente
en el caso de la reutilización en riego agrícola, debido
a la resistencia de los agricultores a sustituir los recursos tradicionales
por el agua regenerada; y, por último, la ausencia de una cultura
de la planificación en la toma de decisiones respecto a las actuaciones
de reutilización, que implica la adopción de iniciativas
sin los necesarios estudios de viabilidad.
Todavía
estamos lejos de cumplir con todos los requerimientos de Europa y sigue
siendo necesario que se habiliten mecanismos para potenciar la reutilización
y la adecuación de los sistemas existentes a las exigencias de calidad
más estrictas.
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